viernes, 9 de noviembre de 2007

Usos bibliotecarios de la población estudiantil universitaria

Lo más difícil, he escuchado opinar a alguno, a la hora de plantear el tema de una tesis doctoral de 800 páginas, es encontrarle un título. De acuerdo con tal aseveración, con este que acabo de colocarle a mi nueva entrada en el blog se supone que tendría ya más de la mitad del trabajo hecho.

Tal es la cuestión que planteaba Nieves a los compañeros en la clase del miércoles como tema para nuestra entrada semanal y que J. Bellamy ha tenido a bien trasladarme de forma altruista y desinteresada. ¿Cómo utilizan los estudiantes la biblioteca de la Universidad?.

De acuerdo con el Reglamento de Organización y Funcionamiento de la misma, aprobado en diciembre de 2005, la elaboración de una memoria anual del servicio, que nos permitiría conocer al menos algún dato cuantitativo certero, correspondería a la directora de la biblioteca.

En su busca, lo mejor que consigo encontrar son los datos de la evaluación de 2002, que hablan de 9104 estudiantes, cifra que cinco años después debe quedar un tanto desfasada, y 20 trabajadores contratados para el servicio, a los que en aquel momento se sumaban 7 becarios.

Dejando atrás esas frías estadísticas que no he conseguido encontrar, y entrando en el subjetivo campo de la opinión, creo que como norma general los estudiantes utilizamos nuestra biblioteca poco y mal, aunque no siempre por nuestra culpa.

Primero porque resulta mucho más cómodo intentar solventar las necesidades de información por otros medios que desplazarte ex profeso al otro extremo del recinto sin garantías de éxito. Posiblemente el ahorro de tiempo no sea un factor relevante, en tanto que la avalancha de datos que cualquier búsqueda en la red puede ofrecer va a dificultar en última instancia su adecuada selección

Segundo porque la localización del recurso en cuestión en muchas ocasiones se nos complica sobremanera ante la falta de un mínimo adiestramiento en algunas ocasiones o como consecuencia de un cierto descontrol en otras, como cuando tras conseguir la signatura de algún volumen, consignado como disponible, no consigues encontrarlo en su ubicación y nadie puede ofrecerte pistas sobre su paradero.

Tercero porque el proceso de puesta a disposición del usuario de las nuevas adquisiciones (me refiero a formatos tradicionales) se demora durante meses, y una vez en los estantes su disponibilidad es bastante limitada. El recurso a fuentes alternativas no es viable en muchos casos, puesto que con gran asiduidad siguen siendo las únicas referencias que muchos de los docentes, tal vez temerosos de que la virtualidad termine algún día por devorarlos, continúan ofreciendo a su alumnado.

Y tras más minutos de los previstos intentando encontrar un cuarto argumento capaz de soportar mi opinión, considero que no tiene sentido prolongar más esta cuestión, por lo que propongo su cierre.

Tras un breve pero intenso debate mis propuestas de cierre terminan por imponerse frente a otras en las que pretendía continuar hasta que la inspiración me mostrará el camino de nuevas ideas, e incluso sobre aquellas en las que aconsejaba cambiar el planteamiento y reordenar el discurso. Una vez más, como dicen los políticos después de cada proceso electoral, ha triunfado el sistema democrático.

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