miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sólo ante el peligro... versión extendida

Muy buenas, estoy buscando a David, soy el curso de Biblioteconomía de cuarto… -la mueca de entre sorpresa y guasa que comencé a percibir me hizo añadir- bueno, en verdad somos tres, pero el resto de los compañeros parece que tiene problemas para venir… no, la profesora tampoco…

Tras presentarnos y romper un poco el hielo, sin esperar mucho más -total para qué- comenzamos…

El proceso habitual que sigue cualquier libro antes de ser depositado en las estanterías de la Sala de Consulta comienza con los pedidos que llegan desde los distintos departamentos o a sugerencia de cualquier usuario en general. A los que el personal de la biblioteca da trámite después de comprobar -no hay que fiarse del PDI- que no han sido pedidos anteriormente.

La biblioteca sólo interviene en el proceso de selección en los casos de donaciones, que, por cierto, llenaban un módulo completo pendientes de dictamen y no realiza de oficio más que las compras para reposición si se estima necesario. Con el inicio del proceso de compra se abre una especie de pre-registro con los datos básicos del libro pedido, en el que se identifica el departamento y se asigna a la petición un número de control. El coste del volumen se va detrayendo del presupuesto total asignado a cada área, a la cual se cursa aviso cuando tal montante se comienza a agotar, o en el caso de que el cierre del ejercicio fiscal esté próximo y todavía quede un remanente sin emplear.

La etiqueta de “pedido” sólo se coloca en el OPAC cuando el libro ya está físicamente en las dependencias de la biblioteca, y ha comenzado a ser procesado. En caso de necesidad puede ser retirado por cualquier alumno tras un tratamiento mínimo. Es necesaria una minuciosa comprobación de los albaranes -tampoco hay que fiarse de los proveedores-, que de medio lado que pueden te la acaban colando.

Se les coloca la pegatina de identificación con el código de barras correspondiente, que más de un alumno poco avispado –con los que también hay que tener cuidado- ha confundido con el control antihurto, con desagradables consecuencias; las tirillas magnéticas entre las páginas, y los distintos sellos, el de la biblioteca, otro de donación en los casos pertinentes, un sello seco para los volúmenes anteriores a 1950 que componen nuestro “fondo antiguo” particular…

A partir de ahí se hace una preselección por áreas, en el fondo de la sala-Derecho es la que más espacio tiene reservado, y ya supongo que os habréis hecho un cálculo de cual es la que menos- y se van pasando a otra estantería un poco más cerca de la puerta, de la cual ya se van retirando para continuar con la parte más dura del registro por el orden de prioridad que se les asigna.

La biblioteca de la UPO maneja un sistema de gestión integrado creo recordar que común a todas las bibliotecas universitarias andaluzas y a varias otras en el territorio español, entre ellas la Complutense de Madrid. Es un sistema modular denominado Milenniun, americano por más señas, con lo que cualquier problemilla se convierte en un auténtico calvario a la hora de solventarse por mucha hot-line de asistencia que te quieran vender. El paquete básico, ampliable según las necesidades del cliente está compuesto por los módulos de circulación, publicaciones seriadas, adquisiciones, catalogación, préstamo interbibliotecario, gestión de recursos electrónicos y OPAC, el módulo de préstamo interbibliotecario parece ser el eslabón más débil del sistema y ha sido finalmente sustituido por otro programa de un proveedor distinto.

Por cierto, tratando de este tema, David me aclaró que tal práctica es accesible a todo el personal de la Universidad, con la pequeña diferencia que los gastos –de cuerdo con una serie de tarifas prefijadas- de los préstamos solicitados por el PDI son asumidos por sus departamentos, mientras que en el caso de que fuera un alumno de a píe quien la realizara sería él mismo quien debería correr con tales gastos, que, por ejemplo, para un libro que acababa de llegar de la Universidad de Oviedo para el Departamento de Traducción e Interpretación ascendía a 7 Euros. Habitualmente se establece un periodo de préstamo de un mes, siendo la biblioteca, no el solicitante, quien asume la responsabilidad sobre el ejemplar prestado.

Amontonados por encima de las mesas, ya casi en la mitad de la sala, se procede a su catalogación, la descripción física es la parte más fácil: anotar las medidas, mirar el número de páginas…, la descripción de contenidos ya se complica un poco más, sobre todo –comentaba David- en el área de Humanidades, donde te encuentras cada título que te puedes volver loco a la hora de ubicar correctamente.

Estaba abierta la ficha a medio acabar en formato MARC de un libro sobre microbiología vegetal, que estaba a punto de ser colocado en el carro, ya camino del mostrador donde los ayudantes se habían de encargar de finalizar el proceso, colocando los correspondientes tejuelos –el verbo tejuelar no existe, a pesar de que sea lógico pensar en esa palabra cuando quieres expresar la acción de colocar tejuelos- y ubicando los libros en su lugar correspondiente.

Sobre la mesa el índice de catalogación de materias, una CDU abreviada y otro más de no consigo acordarme que herramienta de clasificación. Esencial atenerse a la catalogación estandarizada, en tanto que de otra forma la tarea de localizar un libro puede complicarse sobremanera; en cuanto a la CDU, se decidieron por usar una notación simplificada, truncada en las primeras tres o cuatro cifras ante la perspectiva de “inútiles” series de diez o doce números que después nadie utiliza a la hora de realizar una búsqueda, de hecho, en el buscador ni siquiera está habilitada una pestaña a tal efecto.

Lo peor son las revistas, que tienen muchos más campos que rellenar, y lo peor de lo peor las publicaciones electrónicas periódicas, y me mostró el cuadrante de alertas que se le abren a las suscripciones sobre el supuesto, digamos, de doce números al año. En este se introducen las fechas previstas de recepción o de habilitación del acceso al número correspondiente, del que hay que estar pendiente para posibles reclamaciones, multiplicado por las más de veinte mil que veíamos el otro día…

Tenía pendiente mi duda sobre el tiempo que ocupaba el proceso completo, a propósito de un volumen que hace un par de años me tiré esperando más de un mes y finalmente tuve que rescatar a medio procesar. Actualmente –me contestaba David-, andamos entre cuatro… cinco -semanas, pensé yo- días -terminó él-, pero tampoco era cuestión de meter más el dedo en el ojo y poner en duda lo que me estaba asegurando.

Estábamos comentando, concretamente David intentaba convencerme de la carga de trabajo que soportan los 28 que componen la plantilla del departamento, que empeora cuando llegan cursos de formación, asuntos propios, vacaciones… cuando surgió, al llegar a las nuevas perspectivas que se deberían abrir de cara a la próxima apertura de la ampliación y el necesario incremento de plantilla, el tema de las tareas que la biblioteca seguía teniendo pendientes.

Vender lo que se hace aquí dentro –me seguía diciendo-, es necesario promocionar la biblioteca y sobre todo, formar a los usuarios, máxime cuando tenemos el tema este de la convergencia encima y el trabajo del alumno se supone que va a ser el principal item a valorar. Enseñarles a localizar, valorar y utilizar correctamente la información que se les ofrece… Esa me la se -pensé- eso es alfabetización en competencias informacionales.

Eran ya más de las ocho y habíamos visto, creo, lo fundamental del trabajo en el área de trabajo interno. Seguro que me he dejado alguna parte importante en el tintero, pero en píe desde las cinco de la mañana mi pobre neurona ya no da más de sí. He tardado más de dos horas en escribir el post de una visita de hora y media, lo que equivale, con los desplazamientos incluidos, a una tarde entera de trabajo. Y mañana más de lo mismo…

Como decía el otro “No tengo ganas na’màs que de morirme”

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