Habíamos conseguido cerrar la visita al fondo antiguo de la biblioteca de la Universidad de Sevilla. La cita era a las cuatro, de modo que a las cuatro menos diez habíamos quedado en la puerta, confiando en que por la tarde habría menos problemas para encontrar aparcamiento.
Craso error... No contamos con el turno de tarde. De modo que la parte del grupo que consiguió llegar a las cuatro y esperaba en la puerta del edificio -o sea, yo- decidió aventurarse por la laberíntica maraña de pasillos y escaleras del edificio de la antigua fábrica de tabacos en busca de nuestro contacto.
Tras un par de idas y venidas, justo cuando estaba a punto de pulsar el botón de llamada del ascensor para subir a una insospechada tercera planta, apareció el resto del grupo -o sea, Jara- que, evidentemente, había tenido menos suerte a la hora de aparcar. Recuperado el resuello, subimos...
Y creo que hasta aquí puedo contar. El resto de la visita, por otro lado sumamente interesante, se desarrolló en una rapidísima sucesión de datos sobre incunables, fechas de catálogos bibliográficos, topobibliográficos, número de volúmenes, procedencia... alrededor de mil manuscritos, creo que unos 300 incunables y, un momento, que voy a mirar en el catálogo... más de 40.000 volúmenes anteriores a 1801.
Así pasamos de la sala de investigación a las instalaciones donde se está llevando a cabo el proceso de digitalización que permitirá reducir en buena parte la consulta directa de los documentos más deteriorados y/o valiosos; y luego al depósito, al que -tras dejar las bolsas en la entrada y considerando que sólo éramos dos- excepcionalmente, según nos confesaba nuestro guía, se nos permitió la entrada.
Acompañados por sus comentarios, fuimos bajando desde la planta superior, observando en el recorrido alguna de las obras que el consideraba más interesantes o llamativas. En el trayecto nos fue ofreciendo detalles sobre distintos tipos de encuadernación. mostrándonos algunos Atlas profusamente ilustrados; varios incunables en distinto estado de conservación, sobre los que nos mostró la forma en que los italianos para diferenciar su obra impresa de la procedente de Alemania habían introducido la letra humanística en sustitución de la gótica; volúmenes con muestras de haber sufrido los ataques de algún desaprensivo; un par de ediciones del Catálogo de Libros Prohibidos, acompañados por de varios volúmenes que consiguieron escaparse de la pira pero que mostraban en su interior los efectos de la censura eclesiástica, curiosamente no presente en varios de los que nos presentaba como procedentes de la biblioteca de los Jesuítas.
Miles de volúmenes apartados de la vista del público, almacenados en dependencias de acceso restringido, sólo consultables bajo petición y ante la atenta mirada -supongo que todavía más atenta tras los incidentes de la Biblioteca Nacional- de los bibliotecarios. Podemos considerarlo justificado si tenemos en cuenta el valor de las piezas que alberga, pero ciertamente este fondo antiguo y su forma de gestión serían el "opositum per diametrum" del concepto moderno de CRAI con el que nos estamos familiarizando en las últimas semanas.
viernes, 19 de octubre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario